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tancarloscomoyo

M - XXIII

 

Cuando somos niños nuestro paisaje de vida tiene el horizonte bajo, tenemos el cielo inmenso todo para nosotros, todo es vuelo, imaginación, futuro, libertad. Por eso creemos en cosas que los adultos dicen que son imposibles, como poner toda el agua del mar en un pocito en la arena, hacer entrar una nube en nuestra pieza, pensar que para hacerse invisible basta con cerrar los ojos, y otras cosas que se me han olvidado. Cuando somos niños todo nos rodea, todo está a 360 grados, vivimos en el centro del círculo, de la esfera. En el territorio del juego podemos cabalgar hacia nuestro próximo futuro siendo el jinete y el caballo al mismo tiempo azuzándonos a nosotros mismos para ir más rápido. Transformarnos en árbol o en pájaro o en ráfaga. Horizontal, vertical y aéreo. Después, de a poco, a  medida que crecemos todo se va poniendo más plano, el horizonte sube y el cielo se achica, en un momento nos damos cuenta de que hay menos atmósfera, que el suelo se cuadricula, que las nubes pueden estar llenas de hielo. Una técnica para recuperar ese vértigo quieto de la infancia es dar vueltas muy rápido sobre un mismo eje, en sentido contrario a las agujas del reloj, girar girar girar. En un momento nos montamos en una espiral, una helicoide capaz de devolvernos la mirada sin velos. Me parece que lo que intento decir es que la pérdida de esa inocencia asombrada, que es uno de nuestros tesoros, nos produce una enorme tristeza, y que esa tristeza resignada ya no nos abandona nunca y pasa a formar parte del tejido que nos constituye como personas.

 

 

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