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tancarloscomoyo

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Había una foto en la que estábamos con mi hermano menor en el frente de la casa en el día de su primera comunión, parados mirando el objetivo delante de la puerta de entrada, los dos de pantalones cortos, él con su traje de ceremonia color gris, guantes blancos, un rosario en la mano y el moño blanco en el brazo izquierdo. Se nos veía contentos, los pies juntos, el cuerpo tenso y la sonrisa típica de estar haciendo fuerza para no largar una carcajada nerviosa y feliz. Peinados a la gomina, él un poco delante de mí, ocupando un lugar central en la pequeña entradita del porche. El detalle simpático de la foto era que a pesar de que los fotografiados éramos nosotros, también estaban en la toma nuestros padres. Al costado izquierdo de la imagen está nuestra madre parada, observándonos orgullosa y tranquila, pensando que la foto no la incluía, pero, quizá por impericia de la persona que la tomó, el encuadre fue mayor de lo que se suponía y el plano abierto incorporó al testigo que pensaba estar en bambalinas. El caso de mi padre es distinto. La puerta de nuestra casa tenía en la parte superior un ventanuco que se abría desde adentro a modo de claraboya o banderola. En el momento de la foto él abrió esa banderola y se asomó por ella para ver la escena, de modo que se puede ver detrás de nosotros la banderola abierta y los ojos y la frente de mi padre mirando al objetivo, al fotógrafo, a sus hijos fotografiados y al espectador, y quizá, por qué no, al futuro. Siempre me dio ternura la ingenuidad delatada por esa actitud suya, como si hubiera pensado que al estar casi todo su cuerpo oculto por la puerta, la parte de él que asomaba no fuera a verse, o como si el hecho de estar detrás nuestro y de la puerta lo hiciera invisible y él pudiera ver sin ser visto. No sé por qué no estaban juntos en ese momento, por qué ella estaba afuera y él adentro. En esa foto la casa también era joven, le faltaban partes que cuando creció en edad y tamaño se le fueron agregando. No estaba la ventana del comedor que daba a la calle al lado de la puerta de entrada y todavía no se había construido el garage ni la habitación y el baño encima del garage. Era la casa de la infancia y la infancia de la casa.

Pasaron los años y las décadas, la casa se hizo vieja, mi madre enfermó y unos años después murió. Mi padre se hizo anciano, y cuando vino a vivir conmigo, lejos de la ciudad de la costa, pusimos la casa en venta. Fue algo lento, ya que hubo que hacer la sucesión de la parte de mi madre y todo tardó mucho. Pero un día el trámite se completó, apareció un comprador y la casa se vendió. El día que viajé a firmar el boleto en nombre mío y de mi padre pasé por la casa a despedirme. Llegué muy temprano y entré como quien entra al pasado. No habíamos tenido tiempo ni oportunidad de sacar los muebles y los objetos, de modo que la casa se vendió con lo que tenía adentro. Todo estaba detenido en el tiempo y cubierto de polvo, en las paredes colgaban fotos familiares y daba la impresión de que todos los habitantes hubieran muerto o desaparecido pero los objetos los esperaran todavía. Cuando fui a la cocina me sorprendió ver que por debajo de la puerta que daba al patio se habían metido ramas que recorrían el piso de la cocina como si fueran la avanzada de una invasión incipiente. No sé por qué yo había llevado conmigo esa foto del día de la comunión de mi hermano, y estando dentro de la casa lo recordé, la saqué de mi mochila y la puse dentro del primer cajón de la cómoda de la habitación de mis padres. Después abrí la puerta de calle y salí de la casa para siempre.

2 comentarios

carlos -

gracias, Roberto!

Roberto -

Triste, y grandioso.