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tancarloscomoyo

el amor sabe

 

La golosina que ella siempre tenía en su cartera surgió casi de casualidad. Esa noche que él estaba tan cansado y los escarceos del amor se demoraban en sinuosidades temporales que siempre amagaban terminar con él dormido. Ella decidió apurar el ritmo y le salió a pedir de boca, pero antes de lo previsto él se derramó contundente y suspirante y al fin terminó durmiéndose del todo.
Ella quedó con el regalo en la boca y lo depositó en unos pañuelos descartables que había en la mesita de noche, prolija como era los dobló varias veces sobre sí mismos para evitar el viaje al baño hasta el otro día, y se durmió también. A la mañana siguiente, después de la ducha y el desayuno, antes de salir a la calle, vio los pañuelos doblados y los guardó en su cartera. En el colectivo los dobló un poco más haciendo casi un paquetito del tamaño de un chicle bazooka, le sorprendió que hubiera todavía una humedad residual en el pringote. Al rato, distraída se puso a juguetear con el bollito y absorta en mirar por la ventanilla se lo llevó a la boca y lo empezó a chupetear, cuando se ablandó por el contacto con su saliva lo mordisqueó un poquito y recién ahí, al sentir el gusto agridulce y salvaje comprendió lo que estaba haciendo. Le gustó. Desde entonces comenzó a guardar el semen de él de esa forma y siempre contaba con un caramelo fresco en la cartera. Con el tiempo empezó a manipular el sabor preparando una dieta diferente, verduras y hortalizas, pescados y frutas conseguían resultados asombrosos en el gusto. Evitaban el alcohol pero el chocolate era primordial, el ingrediente de lujo.
Su caramelito terminaba mordisqueado como una goma de mascar muy usada y seco y blanquísimo como una piedra de talco. Después no los tiraba, empezó a guardarlos en un frasco en que pegó una foto de él desnudo, a modo de etiqueta.
Había otra cosa además, algo que se fue manifestando en forma paulatina. Cuando estaba chupando el papel siempre tenía imágenes de él, lo veía en situaciones distintas, era una ensoñación amorosa, fronteriza entre la conciencia y un estado hipnótico. Creía que era resultado de su imaginación, pero algunas imágenes o escenas que se le aparecieron las reconoció como reales o verdaderas, ella sabía que habían ocurrido. De otras no tenía certeza, pero al preguntarle por ellas comprobó que sí, todo lo que veía en ese arrobamiento era real, no era una creación de su mente. Le pareció lógico, las secreciones están cargadas de información, hormonas, enzimas, aminoácidos, codigo genético, que ella fuera capaz de descifrar o leer esos datos era una especie de poder. Se enteró de cosas que no sabía, que él no le había contado. Al poco tiempo dejó de tener secretos para ella. Perdió espesor, y por consiguiente también misterio. Él era reservado con algunos de los aspectos de su vida pero ella tomó su intimidad por asalto de la manera más inocente y casual, por inesperada. Así fue como de a poco él fue perdiendo también todo interés para ella. Quedó consumido como un caramelito más, como un chicle seco. Se separaron y nunca más se vieron. Ella puso su frasco en un estante especial de su biblioteca y preparó otro vacío que colocó al lado, como si fuera el comienzo de una colección.

 

 

 

 

1 comentario

emeygriega -

Notaste que lo que se puede o no guardar es una preocupación constante en tus relatos?
En efecto, el amor y sus jugos se guarda, sabe, huele, se ve y se deja oir. Muy lindo.