abril
Abril es el nombre de un mes, el título de una canción de P. J. Harvey y también el nombre de algunas chicas que ahora deben tener quince o dieciséis años. En abril un general borracho invadió territorio ocupado por Gran Bretaña y nos llevó a una guerra y a una derrota anunciada. En esa época mi hijo estaba por nacer, pero no nació en abril, nació en mayo, ya en guerra plena. Cuando yo era un niño no podía pronunciar abril, me salía “abrir” y todo el mundo se reía, todo el mundo menos yo, que me ponía a llorar pensando que se estaban burlando de mí.
En el hemisferio norte hubo alguien que dijo que era el mes más cruel, acá no lo es, porque la memoria y el deseo se juntan en otra época, pero eso siempre me quedó dando vueltas. Lo de la memoria y el deseo, digo. Como me quedó dando vueltas eso de que “en mi fin está mi principio”. Me gustaría decirle estas cosas a mi sobrina Andy, conversarlas con ella, estoy seguro de que las entendería. En especial lo de “en mi fin está mi principio” y esta otra frase que está un poco antes: “en mi principio está mi fin”. Parecen especulares pero no lo son, o no del todo. Con ella me gustaría hablar esto, pero ella no está, también se fue, también en abril. Ahora que lo pienso, yo creía que la entendía y sin embargo no era tan así, nunca supe hasta dónde sufría, hasta dónde le dolía vivir. Me acuso de necio, de ciego, de poco sensible, pero todo esto no sirve de nada. Ella no puede escucharme y yo no puedo leerle a Eliot. Hace dos días estuve en la estación de Ringuelet, hace quince años le saqué unas fotos ahí, se había cortado el pelo muy cortito, a lo varón, estaba tratando de salir de una mala época y yo le dije que le quedaba bien, que estaba linda, y me sonrió. Hicimos unas fotos que me parece que le gustaron, de esas fotos no tengo ninguna. Pero tengo el recuerdo, y lo tengo muy fresco. No puedo hablar de ella con casi nadie, y tal vez tampoco pueda escribir sobre ella y esto termine abortado. Tengo que mantener la emoción a raya o esto se va a la mierda. Lo intentaré. Ella quería ver el sol de frente y lo miraba con los ojos abiertos, a sabiendas de que eso podía cegarla. Ella quería todo y sometía su cuerpo a esa sed. Era una humana del mañana, que periódicamente se vaciaba en lágrimas, entrenada en perder lo que más quería. Exploradora de la incompletud. Habitante de la zona media, puente y transmisora. Y a la vez la que soporta la tensión, hasta que no se soporta más. A veces daba la impresión de vivir como si estuviera pendiendo de un hilo, de una relación, de un proyecto, de una idea. Quizá por eso (ahora lo conjeturo), eligió morir así, eligió ese modo de irse. En mi principio está mi fin.
Para dejar de vivir cuando uno lo decide hay que poner el cuerpo, entregarlo. Constituye un sacrificio, una inmolación. La única llave para abrir el paso a otro mundo, más allá de la vida. Abrir en abril.
Ella tenía una pintura de una mujer crucificada, que a pesar de estar en ese trance sonreía, como si hubiera logrado su propósito, como si hubiera llegado a la meta. Creo que se identificaba con esa imagen. Y tenía otra pintura, de un personaje sumergido en el mar, solo y abandonado bajo un cielo hermoso pero amenazante, con una expresión desolada y triste. Estoy seguro de que con esa imagen también se identificaba. Ambos personajes inclinaban la cabeza hacia la derecha.
Tenía una tendencia muy fuerte a ayudar a las personas que la rodeaban, y una imposibilidad profunda de ser ayudada, de ayudarse a sí misma. Muchas veces parecía autodevorarse. No hablo de destruirse, hablo de comerse, fagocitarse. Alimentarse de su propio cuerpo, y terminar excretándose a sí misma. Una comunión solipsista. También el intento de una metamorfosis, una transformación. En mi fin está mi principio.
Ahora abril será siempre un mes triste, un mes de despedida, el mes del adiós.
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sara -