¿éter o etéreo?
Respirar bajo el aire caldoso del verano estofa cualquier voluntad, acuclilla el deseo y a veces nos reduce a una cuarta parte de lo que somos. Por deshidratación y abotagamiento, por desidia y distracción, por la suma de todas las inacciones. Como si fuera posible escanciar el mañana en un bostezo pleno y desandador. Como si de dibujar pintar un pájaro se tratara, que es la cosa más fácil difícil que existe, otra cuestión es hacerlo cantar, convencerlo de ello, una vez pintado dibujado. El pájaro se enamora del color, se enamora del silencio, y no le falta razón. Pero tampoco es necesario que cante, le basta ser un pájaro con todas las plumas, con su elegante levedad, su frágil carnadura. Los ignífugos pájaros del verano dejan que arda su sombra en lugar de ellos, que posan distraídos dejándose atrapar por la retina del pintor dibujante, dejándose acariciar por las finísimas matas de pelo de marta que le construye las alas, el pecho y la cola en suaves trazos. Con eso le basta para ser un pájaro cabal, como le basta al pintor dibujante dejar hacer a su mano, dejar andar a su aire los movimientos casi automáticos mientras entrega sus ojos al goce. Una música sutil produce el roce con la tela el papel, apta solamente para oídos infraleves y aéreos, se diría que los pájaros sonreirían si pudieran si supieran si quisieran. Se diría pero no se dice, para no romper el sortilegio, no vaya a ser cosa, no vaya a ser causa. Encantadora imperfección, hacemos tuya nuestra valentía de andar a ciegas. Unas manchas de color en el vacío, una vibración oscura como una palabra incompleta en el ángulo opuesto, equilibrio siempre inestable, siempre a punto de no ser. Ser fugaz, privilegiar el instante, el misterio en la punta del pico, apenas después del canto que no se produjo. Ir por ahí, por el aire, sumir de pronto en la luz azul de la tarde, apenas pueda vuélome de aquí. Díjome así el pájaro en la tela, en mi cabeza, en píos imposibles de soprano, altísimos más altos que su cielo. El pájaro y la intención, el cuerpo y el deseo juntos, como si hubiera sido resultado de una sola pincelada, un único gesto. El movimiento de la mano como una exhalación de aire cálido que desinfla el pecho. Y ya que estamos, esa mancha roja que tienes en el cuello no la hice yo. Vete, vuela cuanto quieras, después de todo la atmósfera es tu jaula, tanto como la mía. En el hueco que dejes en la tela dibujaré una flor. No hay mejor manera de atraer un colibrí.
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