horas vacías
Me desvelo a la madrugada, en plena lluvia, insomnio que le dicen, y yo que creía estar a salvo. Pero se ve que los problemas económicos son buenos para acumular ovejas en la mente. Pienso en tres hombres caminando en fila india, en la noche. El que marcha al frente lleva en la mano una linterna, el que le sigue lleva un cuchillo de cocina, el tercero un paraguas (es el prudente del grupo).
Pienso escribir un poema con ellos, pero será después, por ahora los convoco para que cada uno me formule una pregunta, por pereza de hacerles yo una a ellos. Demasiado cargados de símbolos andan para además adosarles dudas ajenas. Quiero que sean mi antioráculo
No parecen oírme. El primero busca algo, no a un hombre como Diógenes, creo que busca dinero, o tal vez es una proyección mía. No sé por qué apunta su linterna hacia el suelo, debe ser de la época en que nos decían que debíamos caminar mirando el suelo para no caernos, para encontrar cosas, para no pisar soretes. Va iluminando sus incertidumbres, me parece que tiene ganas de gritar, estoy seguro de que no lo hará.
Sin embargo marcha primero, oficia de guía. De pronto escucho algo dentro de mi mente, una duda, una interrogación, una voz inaudible que dice: ¿adónde vas?
El segundo piensa que debería matar a alguien, al padre, al tirano, al torturador, al corrupto, al gerente, al presidente, al papa, a un animal, al autor del guión, al niño que fue y que lleva dentro de sí, al que avanza delante de él con la linterna. Piensa que debería matar sus pensamientos negativos, sus deseos oscuros, sus frustraciones. Piensa que el cuchillo puede abrir un tajo en su vida, cortar con ataduras que no lo dejan en paz, piensa que no debería tener un cuchillo, quizá sería mejor un estandarte, un báculo, un barrilete. Piensa algo que resuena en mi cabeza, otra vez la vocesita que dice: ¿qué quieres?
El tercero piensa en la lluvia y en el sol, es decir en el cielo, piensa que los otros dos lo necesitan, piensa en sí mismo como un conciliador, la tercera pata de la mesa que aporta estabilidad, el embajador de la cordura. Pero también piensa que le gustaría tener una bandera de su club de fútbol en lugar del paraguas, una copa de vino, un espejo. Piensa que si tuviera un sombrero el paraguas estaría demás, aunque no tiene muy claro porqué, piensa que debería cantar para sostener el ánimo de los demás y el suyo propio, pero sabe que no lo hará, no le gusta alzar la voz, siempre ha preferido escuchar. El cree de sí mismo que es algo así como el buen ladrón, pero bien mirado también puede considerarse que es el furgón de cola. Otra vez la voz, en ese tono ínfimo, imperceptible que dice, o creo que dice: ¿quién sos?
Pienso en cuál es la causa de que yo sepa lo que piensan estos hombres que habitan mi mente esta madrugada, dado que no están en mi sueño, y enseguida lo entiendo: en la duermevela de mi desvelo los he pensado yo, ellos son míos y sus pensamientos también, estoy fabricando un sueño en la vigilia y soy dueño de todo, inclusive de los detalles más íntimos, tengo el poder. Pienso también que si yo fuera una mujer hubiera imaginado tres mujeres caminando en la oscuridad, tal vez con otros objetos en sus manos, aunque quizá el cuchillo estaría, el cuchillo es unisex.
Pienso que me entrego a la digresión de pensar estas cosas para alejarme de las preguntas que los tres hombres me hicieron, o que yo me hice, ya que esos hombres son producto de mi mente y sus preguntas también lo son.
Pienso que si sigo pensando nunca voy a retomar el sueño, y pienso si esto no es otro recurso para esquivar las preguntas. Recursos, recursos… recursos de qué, para qué.
Los fantasmas no duermen, los fantasmas no duelen. Los fantasmas están. O no.
Esta noche están.
El primer hombre alumbra mi rostro con su linterna, el segundo acuchilla mi pecho, mi rostro, el tercero me resguarda con su paraguas de la lluvia que existe afuera del edificio pero no en mi mente, sin embargo agradezco su gesto.
Dan vueltas alrededor mío, se desvanecen. Hay unos minutos de silencio, de quietud, pienso, es decir no pienso, más bien recuerdo esa frase… la calma que precede la tormenta, y de pronto suena el despertador con un estrépito que no parece acorde al momento íntimo que estoy viviendo. El sobresalto que me produce su sonido me altera hasta casi provocar que salte de la cama. Apago el reloj.
Miro por la ventana, ya casi clarea. Necesito un baño caliente. Un café cargado. Un día agitado.
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