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tancarloscomoyo

swingin' easy

swingin' easy

 

El disco de Sarah Vaughan siguió sonando a pesar de que nadie podía escucharlo. Eso es lo que sucede con ciertos sonidos, necesitan ser oídos para tener sentido. La música y el teléfono son un buen ejemplo de ello. La voz inolvidable de la Vaughan se arrastraba por la penumbra de la sala vacía, demorándose un poco aquí y allá, en los pliegues de las cortinas o alrededor de las copas a medio tomar, sufría un levísimo temblor al atravesar la luz de la luna que entraba por el ventanal y se derramaba luego dulcemente en el aire de la noche como si cayera y flotara al mismo tiempo. Era Swingin’ easy, el disco favorito de Alejandra, una grabación de 1957 donde la Vaughan hace maravillas con su voz. Ese de la tapa en la que ella está sonriendo, vestida de rojo sentada en un BKF igual al que hay en el living, en el que habían intentado amarse para terminar dándose cuenta de que no fue pensado para eso, Gonzalo decía que le hubiera gustado saber cómo imaginarían una cama los autores del famoso sillón.
También decía que ellos no podían separarse a pesar de que lo que sentían ya no era lo mismo de antes, que no podían ni debían, que estaban unidos en cuerpo y alma, así decía. Y Alejandra parecía creer lo mismo, que así era y así debía ser. Hoy habían hablado otra vez de eso en la cena, por eso cuando llegaron pusieron el disco en el equipo, se sirvieron unas copas de vino, tomaron un trago y se fueron juntos al balcón francés desde donde parecía que la noche no iba a terminar nunca más.

 

 

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