la foto apropiada
El procedimiento es el inverso, pero no por eso menos verdadero.
Primero es descubrir la imagen de manera casual, olvidarla pero no del todo. Ser objeto de su recurrencia en la memoria y buscarla de nuevo. Entender que hay algo en ella que permanece, que conecta conmigo.
El espacio elidido, la silla vacía, la lamparita encendida, la ausencia sugerida, la luz entrando por la ventana y jerarquizando esa pared que corta en dos la visión. La paleta de colores que habla en voz baja.
Entonces, pintar una imagen que entre en esa otra, que se integre, que incorpore mi historia a esa historia no contada. A esa foto tomada tal vez en Minnesota o donde sea, pero que yo sentía que podía ser del departamento vecino al mío.
Y entonces la continuidad de la luz que entraba por esa ventana me llevó hacia fuera, a esa atmósfera exterior que derramaba su luminosidad lechosa en ese interior vacío y mirando hacia allá vi los silos, los vi y decidí pintarlos. Una pintura pequeña, no muy compleja. Llevó tres semanas. El recorte de un paisaje triste.
Entonces, recién entonces, entré en silencio a la habitación y colgué mi pintura en esa pared, le di la inclinación requerida, dejé que una pequeña sombra se formara en su borde izquierdo. Y me fui del cuadro, de la foto y del departamento en el que Alec Soth dejara la luz prendida y la silla esperando.
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