la habitación maldita
Se suele presentar en forma de pesadilla recurrente. Dicen que quien la sufre ha sido víctima de una maldición de origen malayo, que se infiere imprecando en silencio para que el mal vaya dirigido al mundo de los sueños, del que es muy difícil escapar.
La escena es inofensiva: una puerta que contiene un enigma y provoca el deseo de trasponerla. Cuando se la abre y se ingresa en la habitación, ya es tarde. Dentro de ella solo hay una cantidad inabarcable de puertas, todas idénticas. El soñador comprende que la única forma de salvarse es salir por la que ha entrado, pero ya no puede identificarla entre todas. Abre una al azar y pasa a otra habitación idéntica a la anterior, y sigue rodeado de puertas que lo llevan a ninguna parte. Esto se reproduce ininterrumpidamente.
Cuando despierta cree haberse librado, pero es una ilusión. El sueño volverá, noche tras noche; dura cada vez más y la angustia crece. En la séptima noche el soñador ya no regresa. Perdido para siempre en ese laberinto de habitaciones, desemboca en forma inexorable en la locura.
Hay una manera de no sucumbir, sin embargo, y es tan simple que muy pocos la encuentran. Consiste en abrir la puerta, pero no atravesar el umbral, no entrar nunca. Entonces una nueva puerta aparece, y hay que volver a abrirla sin atravesarla. Así sucesivamente. Las puertas no son infinitas, pero sí innumerables y es preciso abrirlas todas. Lleva tiempo, hace falta templanza y muchas noches. Es casi otra pesadilla, pero tiene la ventaja de preservar separados los espacios.
Y el soñador siempre despierta a la mañana siguiente. Su carácter va mudando, se vuelve cada más reservado y taciturno. Todavía está dentro de la maldición. Es un portador sano, podría decirse.
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