ni más ni menos
El hombre más triste del mundo no era el hombre más triste, en verdad, sino que estaba más triste que nadie. Pero eso era ese día, en ese momento que se sabía tan triste. Era muy posible que al otro día, por la mañana o por la tarde la tristeza disminuyera un poco y ya no sería el hombre más triste del mundo. Pero ahora mismo miraba hacia abajo, a la profundidad de un pozo oscuro de miseria y soledad.
Lo que lo ponía más triste era que se le ocurrían las mismas cosas triviales y recurrentes que todo el mundo pensaba en ocasiones así: matarse, por supuesto, y elegir el método basándose en premisas tales como no sufrir, o ser espectacular y morboso, o hacerlo rápido y limpio, o incluso conseguir que parezca un accidente.
Era triste. Quería ser original, diferente. Se le ocurrió de pronto que podía dejar de pensar, o intentarlo. Ahora bien, pensar en dejar de pensar era ya seguir pensando.
No dejar de pensar en la tristeza, sino dejar de pensar en dejar de pensar, por ejemplo. Y hacerlo. Volvió a mirar hacia abajo y pensó en dejarse caer en el pozo, pero enseguida se arrepintió: había vuelto a pensar. Entonces sucedió algo: una inversión de las leyes, o al menos de la ley de gravedad, el pozo subió hacia él, lo empezó a recorrer hacia arriba rodeándolo con sus oscuras y húmedas paredes, pero él no sentía vértigo. Tuvo entonces una ocurrencia que no fue un pensamiento sino una imagen. Se vio como parte de una situación erótica, el pozo era un conducto y estaba haciéndose penetrar por él, llevaba la iniciativa dada su indecisión, y él estaba siendo cogido por su propia desesperanza. Esto le pareció gracioso, o por lo menos diferente y entonces se le dibujó una pequeña sonrisa en la boca, el conducto se puso menos oscuro y a partir de ese momento ya no era el hombre más triste del mundo sino apenas un hombre muy triste o algo triste o simplemente triste, ni más ni menos.
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